Un hijo-estrago

 

¿Qué es lo que puede mover a una mujer a ofrecer a su hija/o a un hombre con el que tiene un vínculo sexual para que éste a su vez tenga ese mismo tipo de acceso al niño/a?

La descripción del problema nos sitúa en un terreno preciso. El del abuso sexual infantil intrafamiliar. Es decir, el campo en el cual un niño/a es vulnerado en su confianza por quienes deberían proveerle protección y amparo – esto es, precisamente por sus referentes afectivos directos, aquellos que forman parte del núcleo más íntimo del sujeto tales como su madre, su padre –o parejas de la madre.

En los artículos seleccionados, entre las variables consideradas a la hora de plantear el problema de cara a definir la complejidad del mismo, se toma en cuenta la perspectiva de género y el dato altamente significativo del abuso sexual infantil intrafamiliar preexistente en la generación anterior al niño/a abusado. Esto es, alguno de los artículos valora especialmente el hecho de contemplar los abusos infantiles intrafamiliares sufridos en su niñez por la madre del niño/a que hoy es vulnerado.

Si bien este dato constituye un elemento central a la hora de analizar los casos y ponderar el estatuto del fenómeno, lo cierto es que habremos de plantear claramente en qué sentido es necesario leer la vertiente de la repetición y situar el lugar de la víctima.

Diremos entonces que la lectura que proponemos invita a dejar cualquier posición ideológica de lado de cara a realizar un análisis que permita contemplar el núcleo real del fenómeno más allá de cualquier perspectiva que acentúe la dimensión social del problema. No porque esta última no sea relevante, sino porque la misma resulta meramente descriptiva e insuficiente a los efectos de aislar el núcleo sintomático que enlaza al menos tres generaciones.

Siguiendo esta línea habremos de situar la pregunta en una dimensión puntual y recortaremos el planteo de la siguiente forma: ¿cuál puede ser el orden de determinación psíquica que conduciría a una mujer a hacer un uso del cuerpo de su hija o hijo a instancias del goce sexual de su partenaire?

Quizás, para responder esta pregunta convenga al menos plantear dos interrogantes más. Qué lugar tiene ese hijo/hija para sí y qué función cumple al interior de la dinámica de la pareja. En este sentido, la variable transgeneracional y la consecuente línea de sentido planteada en torno de la repetición constituiría una de las vías de análisis posible, pero no la única.

Apelaremos a Freud a los efectos de ceñir la dimensión real del asunto.

Cuando él postula el lugar al que viene un hijo para una mujer luego del atravesamiento edípico y en razón de la significación fálica, el niño o niña en cuestión, queda en una íntima relación con el falo como ese objeto imaginario privilegiado en torno al cual se ordena gran parte de la lógica del deseo femenino.

Ahora bien, este advenimiento, de un deseo de falo pasible de ser metaforizado en el deseo de hijo requiere de una intervención crucial: la dimensión masculina. La presencia del padre en su condición de portador.

Por el deseo de falo frustrado en la demanda a la madre y el consecuente viraje hacia el padre es que la niña, que devendrá mujer, y quizás madre, se orienta hacia el padre buscando alojar allí su demanda y fundamentalmente su deseo.

El deseo de hijo como deseo de falo, es subsidiario en esa lógica del re-direccionamiento de la niña hacia el padre. Ese hijo anhelado adquirirá todo su valor fálico a partir de la sustitución de la madre por el padre. Es decir, a partir de desearlo como signo de amor del hombre que es el padre y que, precisamente en tanto padre, lo deniega.

Ese hijo, en su dimensión fálica, es precisamente un corte con el estrago que implica la frustración estructural de la demanda a la madre. Ahora bien, esa no es la única modalidad de hijo existente en la estructura femenina.

Un hijo para una mujer puede no llegar a adquirir la dimensión fálica subsidiaria de la lógica edípica. Y no necesariamente porque estemos situados en el campo de la psicosis sino porque algo del estrago materno en esa mujer detuvo a ésta en las vicisitudes de la frustración.

Vale para esto prestar atención a algunos observables de la vida cotidiana. Basta con observar a una niña alrededor de sus dos años, y a la misma niña, alrededor de los cuatro o cinco años. La relación que ésta tiene con su muñeca /muñeco, varía radicalmente. El elemento del cuidado por el objeto permite ahí introducir la diferencia.

Todavía a los dos años la niña carga su objeto muñeco/muñeca como si fuera un objeto más de acarreo. Es indistinto en ese punto si es una muñeca con figura humana o un oso de peluche. Mucho más aún es indistinto si es niño o niña. Ese objeto no concentra una significación que comporte un valor privilegiado en terminos de falo. Puede ensuciarse, perder su pelo, incluso puede sufrir algunas especie de manipulación que le haga perder alguna parte del cuerpo –algún ojo, algún brazo…- participa entonces de la logica aplicable al objeto transicional.

La niña que ha entrado en la lógica edípica cambia sustancialmente su relación con el objeto. Cuida de la muñeca o muñeco con todo el esfuerzo del que es capaz, lo carga con la actitud corporal que se lleva a un niño, lo hace objeto de todas las maniobras de protección dispensadas hacia ella misma.

Sabemos por Freud, que la muñeca de la niña aún tomada por la lógica de la ligazón pre-edípica a la madre es un elemento que media imaginariamente en ese lazo aportando un elemento real en la dimensión del cuerpo con el cual tramitar lo estragante de la demanda.

La muñeca o el muñeco subsidiario de la trama edípica ya ingresa en una lógica discursiva diferente, y usualmente los atuendos y los accesorios provistos a los mismos suelen ser un indicador elocuente del tratamiento de cuidado que estos objetos merecen para la niña.

Se impone entonces la pregunta: ¿pueden estos elementos freudianos brindarnos alguna clave para pensar el lugar que algunos hijos pueden tener para algunas mujeres?La posición madre, en la estructura, no es un dato de la naturaleza y no toda mujer puede llegar a conquistarla. La relación que la niña tiene a lo largo de su desarrollo libidinal con el objeto muñeca/muñeco permite leer algunos de los procesos psíquicos que acontecen en cada momento.

¿Será posible entonces extraer de esto ciertos lineamientos que permitan leer algunos de los fenómenos de abuso sexual infantil intrafamiliar en donde algunas mujeres juegan un rol protagónico en el descuido de sus hijos?

¿Podrán ayudarnos a leer algo más? ¿Podrá leerse allí la puesta en acto de un fantasma o más precisamente, la captura de ese niño/niña en las redes de un texto que esa mujer, imposibilitada en su posición de madre, debe escenificar a los efectos de obtener un cierto goce?

Un niño es pegado constituye para Freud el texto del fantasma con el que mejor se ilustra la dimensión masoquista del síntoma. A veces, para algunas mujeres, un niño, una niña, es abusado, maltratado, sometido a torturas diversas. Y eso, lejos de constituir una fantasía de índole inconsciente que se metaforice en un síntoma que tenga por objeto del padecimiento al propio sujeto, se constituye -por las vicisitudes de los destinos del goce- en un fantasma que se escenifica, que debe escenificarse. La actuación de estas escenas conduce a ciertas mujeres a entregar a sus hijos al servicio del goce sádico y/o sexual  de sus parejas…

Para esas mujeres, ese hijo o hija no fue tomado por la lógica del deseo edípico de falo. Ese hijo participa de una trama de significaciones que condensan un goce más arcaico, mucho más primario, ligado fantasías no reguladas por la significación fálica, no regidas por la castración.

Para algunas mujeres su propio historial de abusos sexuales infantiles intrafamiliares constituye el núcleo real inexorable que las inhabilita en el ejercicio del rol de cuidado materno. Ahí donde no fueron cuidadas en su condición de niñas no logran ahora cuidar de sus hijos. Pero aún más. Ahí donde fueron rehenes del goce bestial de los adultos, algo empuja en ellas a la puesta en acto de las escenas por las cuales un niño/a es tomado como objeto de satisfacción directa de los adultos. Hay ahí un núcleo duro de goce que se transmite de generación en generación escenficándose vía el cuerpo de un niño.

Sin embargo, la hipótesis de la repetición no es excluyente. No todos los casos responden a esta lógica. Y aún, los que sí lo hacen, no anulan por eso la perspectiva de la implicación. Hay sujeto, aún en el horror. La perspectiva victimológica no elimina la dimensión subjetiva.

En ese contexto, tal vez valga recordar la pregunta inicial por la función que puede desempeñar un niño/a hijo del estrago en la relación con el partenaire, y quizás logremos resignificarla: ¿puede pensarse qué función cumple ahí también el partenaire en la escenificación de ese fantasma? ¿A qué lugar vienen esos hombres para estas mujeres que no pueden separarse de ellos aun cuando estos violan, golpean, y maltratan de múltiples formas a sus hijos?

El estrago siempre es materno.

 


 

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