¿Medea?

 

Muere un niño de seis años ahogado por su madre en el jacuzzy de su casa. La crónica periodística narra el escabroso hecho sin escamotear epítetos dirigidos a la homicida. Monstruo, asesina, son algunos de los calificativos con los que rápidamente tildan a la mujer en cuestión. El fiscal y el juez de la causa salen prontamente a los medios a anticipar sus opiniones. El caso enciende la alarma social y pareciera ser necesario calmar a la opinión pública. “¡¿Cómo puede una madre matar a su hijo?!” Medea tiene la clave. Y parece que su respuesta es ancestral.

La investigación judicial deja trascender detalles de la escena del crimen. La mujer habría pintado las paredes del baño y de su casa con algunos mensajes insultantes dirigidos contra el padre de su hijo y la nueva pareja de éste. “Piscópata, manipulador, mentiroso”. Todo parece indicar que, Adriana, la homicida, se habría sentido engañada.

Las investigaciones revelan también el contexto en el cual se habría producido el filicidio. Los padres de Martín, el niño muerto, se encontraban transitando un proceso de divorcio complicado. El padre, habría dejado a la madre de Martín por otra mujer, luego de lo cual, querría divorciarse. Adriana habría sufrido una internación psiquiátrica reactiva a esto, la misma se habría prolongado por cuarenta días y esto habría ocurrido tres meses antes del hecho actual.

Interrogada por los periodistas al momento de su detención la mujer significa el homicidio de su hijo como una venganza dirigida a su marido.

-Periodista: por qué lo hiciste, por qué mataste a Martin?

-Adriana: para cagar al padre.

-Periodista: mataste a tu hijo por venganza a tu marido?

-Adriana: sí.

Los peritajes revelan que la mujer habría dormido toda la noche junto al cadáver de su hijo que yacía en el jacuzzy contiguo a la habitación.

Días después, la mujer se ahorca en su celda con una media provocándose un cuadro de asfixia. Días antes, en la bañera del jacuzzy, su hijo Martín, de seis años, habría sido ahogado, según destaca la autopsia, habría sufrido una asfixia por inmersión. Dentro de los medios de los que dispone en la prisión, esta mujer elige morir del mismo modo en que mató a su hijo.

Se imponen en principio dos preguntas: por qué mata a su hijo varón, siendo éste el más pequeño de los tres hijos que tenía con su marido. Luego, por qué decide matarse.

Para responder a estas preguntas bastará con leer su propio texto: para cagar al padre. Significado esto como una venganza por el interlocutor, la mujer asiente. Mató a su hijo para vengarse de su marido dicen entonces los titulares de los diarios menos amarillistas del país. ¿Qué es lo que sorprende en este crimen? ¿Qué es lo que aquí resulta más escalofriante que en otros asesinatos? ¿Qué nombre tiene eso que provoca tanto horror?

Tal como se anticipara, tal vez la respuesta esté en Medea y tenga un nombre freudiano: lo que horroriza aquí quizás sea la castración en la madre.

¿Será acaso que en esa madre hay una mujer?

Hay en Medea madre una mujer elocuente. Habla más allá de su posición materna. Habla soltándose de la lógica fálica. Habla reconociendo que fue capaz de sacrificar su propio bien para introducir la dimensión del daño en su partenaire. Esa madre no es toda madre.

¿Y Adriana? ¿Será que su acto tiene la misma lógica que el que nos describiera Eurípides en su tragedia?Quizás sea eso precisamente lo que rechaza la cultura. El filicidio devela con su crimen la verdad de la estructura. Hay en la madre una mujer. La madre está castrada. Falo no es igual a hijo y aún más, hay una dimensión de la existencia femenina más allá del falo. El punto es que, esa zona de soltura respecto del bien fálico puede ser muy difícil de habitar y en algunos casos, como lo atestigua el suicidio posterior de Adriana, imposible.

Ahora bien, ¿qué pudo haber conducido a esta mujer a realizar un crimen filicida? Parece que la respuesta está una vez más en su propio texto. Las paredes de su casa hablan de su escena psíquica al momento del crimen. En las coordenadas previas del sacrificio de su hijo hay un engaño. Hay una mujer engañada.

Sabemos por Lacan el modo en que una mujer significa una infidelidad de su pareja. La vivencia de privación que ésta implica para sí. El hecho doloroso de comprobar que su partenaire le ha dado su falo a otra. ¿La aparición de la otra como portadora del don de su marido, como recepcionante de ese don fálico, pudo haber sido lo que sumiera a Adriana en una escena de difícil tramitación?

¿Y si el modo de tramitación que esta mujer habría encontrado hubiera sido no otro que el de privar a su marido de su bien fálico tal como éste la había privado a ella?

O acaso, en Adriana, a diferencia de Medea, quizás ¿habría que pensar en algo de otro orden? Adriana mata a su hijo varón, aquel que le aseguraría a su marido la trascendencia de su nombre, o quizás, aquel que comportaba para él una significación privilegiada. He ahí la venganza. La modalidad primaria de justicia reivindicativa que esta mujer encuentra y que parece en principio aliviar su dolor.

Sin embargo no hay ahí estabilidad posible. El hecho no constituye para este sujeto un punto de basta. La escena no concluye con el acto reinvindicativo y el gesto de justicia de Medea. Adriana elige morir y lo hace optando por el mismo medio con el que mató a su hijo: la asfixia. La privación de aire. No deja de captar ahí la atención el elemento de identidad entre ambas muertes. Si bien en una se trató de un ahogo, y en otra de un ahorcamiento, no deja de estar presente el mismo objeto: el aire. Adriana muere por asfixia igual que Martín. Decide esa muerte para sí. La misma que le provocara días atrás a su hijo.

¿Ahora bien, es posible entonces suponer que el acto de Adriana tiene la misma estructura que el acto de Medea? Si bien habría alguna comunidad imaginaria, y en principio podría leerse una lógica similar, un análisis más atento permite identificar la diferencia. Adriana va más allá. Y por el modo de conclusión de la escena, el lugar que parece adivinarse para ese hijo, sacrificado al servicio del dios oscuro de la venganza, parecería estar más ligado al de un ideal, que al del falo. Es el suicidio posterior al crimenel que nos da la clave para leer el valor que este hijo tenía para esa mujer.

Medea sacrifica su bien, su preciado falo, para abrir en el hombre que la ha dejado por otra, la dimensión del dolor más profundo. ¿Y si lo que hiciera Adriana en cambio pudiera pensarse como el efecto de una caída con relación a su ideal: esposa-madre?

Quizás haya que pensar que había ahí una significación coagulada que al resquebrajarse arrasó con sus posibilidades de sostén en la existencia. Cuestionado su ser esposa, ya no pudo situarse como mujer más que arrasando también con su ser madre. Cuestionada en su ser mujer en tanto esposa, se vio quizás desprovista de su posibilidad de sostén en tanto madre. Como si ambos significantes hubieran funcionado holofraseados, al modo de un Ideal ordenador.

El crimen de Adriana introduce tal vez una lógica diferente directamente vinculada al duelo por el Ideal –sin concernir estrictamente a la dimensión fálica.

Podríamos estar hablando así de un crimen con una estructura distinta a la de Medea. Quizás la venganza del hombre haya tenido para ambas mujeres estatutos diversos. En una implicó su propia castración: el sacrificio del bien fálico. En otra, la caida del Ideal arrasó con su propia existencia en tanto esposa-(mujer)-madre; cobrándose en ese acto su vida y la de su hijo.

Por esto, lo que impresionaría ser en principio un mismo crimen (filicidio), tiene en uno y otro caso, una lógica diferente.

El horror sin embargo que estos crímenes provocan sigue no obstante radicando en el punto de comunidad que tienen entre sí: ambos develan la verdad de la posición femenina. Su enlace al falo es allí secundario. Y como tal, una mujer puede no anclar su existencia en su condición de madre. He ahí lo imposible de soportar para la cultura.

 

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