Neverland

O la tierra de nunca jamás resignar el goce de ser un niño idealizado.

 

¿Qué es lo M.J. reniega de su culpabilidad? ¿Cuál es el reproche que no se atreve a reconocer? ¿Qué es lo que la psicopática argumentación del rey (del pop) esconde tras su afirmación de la belleza existente en el hecho de dormir con un niño, quitándole a esa práctica toda la dimensión sexual que comporta –y que de hecho, él sabe, la tiene?

¿Quién es ese niño rubio ideal y bello con el que M.J. pretende dormir el tranquilo sueño del nunca jamás despertar a la vida adulta? ¿Quién es, en la medida que él va aclarando su pigmentación, ese niño ya no tan rubio con quien M.J. se pasea de la mano como si fuera su pareja? ¿Y es que acaso ese niño –en cualquiera de las presentaciones y transformaciones étnicas que el niño va registrando- no es allí su partenaire?

Tal como plantea Lacan a propósito de Gide: su perversión no radica tanto en el hecho de que él deseara a niños, sino en el hecho de que él sólo pudiera desear a ese niño que él había sido…

 

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