Cazador

 

ted bundy

 

 

Las conversaciones con Ted Bundy nos refrescan algunas de las preguntas que no encuentran respuesta en el diagnóstico de psicopatía. No alcanza con la ausencia de empatía -si quiera con el gusto por la crueldad- para explicar la variada combinación de parafilias que condensa este asesino en serie.
¿Cómo explicar –más allá del ejercicio sádico y la necrofilia- el tratamiento de los cuerpos una vez que estos podían ser considerados cadáveres? La decapitación, mutilación, seccionamiento de los cuerpos –no necesariamente vinculada a la intención de ocultamiento de las evidencias criminales- parece abonar la tesis de una lógica de otro orden.
Si bien es cierto que la psicopatía permite dar cuenta de la insensibilidad propia de este tipo de asesinos, lo cierto es que tal categoría no alcanza para otorgar coherencia a una suma de maniobras desplegadas en torno del goce y que estarían más bien dando cuenta de una posición particular del sujeto en relación al cuerpo.
El documental muestra la reconstrucción de la historia de lo que habría de ser un niño rechazado por el deseo de la madre que –en su imposibilidad de abortarlo por sus creencias religiosas- lo habría tenido, ocultándole su filiación.
Describe así a un niño con dificultades en el habla y en el lazo que se complacía en cazar ranas -como más adelante hallaría su satisfacción en la cacería de mujeres. Refiere el romance frustrado de un joven Bundy que parecería estar en el punto inmediato anterior del inicio de la serie de homicidios. Sin embargo, un dato no menor es que, paralelamente a esta frustración amorosa –el documental no precisa fechas- el joven habría tenido su iniciación sexual –bastante tardía por cierto. La historia arroja así sobre la mesa las piezas sueltas del enigmático puzzle.
Frente a lo que aparece como un no saber qué hacer por parte de Bundy con las mujeres, todo parece indicar que Ted se las ingenia para encontrar ahí un saber: violarlas y matarlas. He ahí la solución al problema que representa la sexualidad femenina para este parletre. La máxima sadiana “tengo derecho a gozar de tu cuerpo…”es encarnada a partir de allí con extrema ferocidad. El tratamiento de los cuerpos de las víctimas lo atestigua.
Del deseo vouyer de espiar al anochecer a las mujeres del vecindario en sus dormitorios a la tierna edad de diez años, al asecho adulto de jovencitas a las que abordar por la fuerza y la violencia hasta hacer de ellas un cuerpo inerte. He ahí el movimiento en aras de la realización de un fantasma que fue sufriendo mutaciones a lo largo de los años. Realizado siempre con el mismo apetito voraz.
Bundy lo dice claramente: hay en el asesino serial del que él sólo habla en tercera persona, un apetito insaciable. Hay en ese enjambre parafílico un desintrincado deseo oral por fuera de cualquier regulación fálica.
Bundy se convierte en un asesino sin piedad. Sin embargo, ¿alcanza la perversión –ni siquiera ya hablamos de psicopatía- para dar cuenta de la posición asumida con relación a la extracción del objeto y el goce en juego en la escena del crimen? ¿Y si acaso ella ofreciera una precaria y reprochable solución a una inquietante y no manifiesta psicosis?¿Y si esta fuera sólo la maniobra con la que el sujeto se hubiera salvado de una existencia melancólica haciendo pasar la dimensión de la angustia y del dolor al campo del Otro? Insondable decisión del ser por la que T.B. respondió pagando con su vida –no sin intentarlo todo, antes de aceptar su final.

 

admin