The Reader

 

¿Qué hay en sí en la banalidad del mal que la vuelve tan injustificable?

¿Es comparable la posición del personaje de Kate Winslet con la que asume Eichman durante los juicios por los crímenes del Nazismo?

 

La posición del burócrata que legitima su ejercicio de poder y la práctica del mal en su pertenencia a un sistema y su obediencia a las normas.

Hanna Arendt conceptualiza esta posición planteando la dimensión de banalidad que adquiere el ejercicio del mal en estas estructuras y el proceso de banalización de la maldad que el sistema conlleva, destacando la posición profundamente desimplicada del burócrata en su enunciación. Hizo lo que debía hacer. No hay allí división subjetiva. No hay allí perspectiva de conflicto psíquico.

Ahora bien, ¿qué hay en esa enunciación banal que la especifica como imputable y la torna imposible de ser legitimada? Lo que hay no es otra cosa que el núcleo más íntimo de la posición de un sujeto que precisamente la misma enunciación pretende desconocer: el goce. La enunciación del burócrata intenta rechazar la implicación subjetiva.

El psicoanálisis combate la enunciación burocratizada del obsesivo al tiempo que se permite interrogar la participación de ciertas subjetividades en fenómenos de organización criminal en los que no es posible no considerar el núcleo duro de goce que hay en juego para quienes intervienen en ciertas escenas.

No hay crimen sin goce –aun cuando el burócrata intente desestimar esa verdad.

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